Los días fueron pasando y los ocho amigos continuaron
disfrutando de aquellas vacaciones en la playa. La pandilla volvía a estar
compuesta por cuatro parejas, como en el instituto, y todos estaban felices de
volver a estar juntos después de tanto tiempo. Dedicaron aquellos días a
ponerse al corriente de sus vidas, a desconectar del estrés de la rutina en la
ciudad, navegaron por las aguas de la costa e incluso hicieron un par de
excursiones para explorar algunas de las islas no habitadas de la zona.
Jon y Amaia no se escondían a la hora de dedicarse miradas,
caricias y besos. Como dos enamorados que eran, no dejaron de mostrar su afecto
aunque seguían sin ponerle un nombre a su relación. Jon no quería presionarla,
temía que si lo hacía Amaia quisiera huir de nuevo; y Amaia quería retrasar
aquella conversación lo máximo posible, temía que no acabara bien y, por si
acaso, estaba dispuesta a disfrutar de aquellos idílicos días que recordaría el
resto de su vida, fuera lo que fuera lo que el destino le tuviera preparado.
El sábado por la mañana, los chicos decidieron ir a pescar
en la barca y las chicas prefirieron quedarse en las cabañas y pasar el día
tomando el sol en la playa. En un par de días regresarían a la ciudad y todos
querían aprovechar las horas para seguir disfrutando de la compañía de los
buenos amigos de toda la vida.
—Bueno, ahora que estamos solo las chicas, ¿quieres
contarnos qué es lo que ocurre entre Jon y tú? —Le preguntó Yolanda a Amaia sin
andarse por las ramas.
—Sospechábamos que Jon tenía algo que ver en tu decisión de
romper con Miguel. El otro día en el juego de verdad o reto, Jon confesó que se
marchó porque la chica de la que estaba enamorado le rompió el corazón y tú
confesaste que le fuiste infiel a Miguel, así que desembucha —inquirió Lidia.
—Me acosté con Jon la noche de la boda de Yolanda y Luis
—reconoció Amaia, pues ya era un secreto a voces—. Cuando me desperté, me fui
sin despedirme, hablé con Miguel y se lo confesé todo. Al día siguiente, quise
contactar con Jon pero ya se había ido.
—Se fue porque, al despertarse y ver que no estabas, pensó
que seguirías adelante con los planes de boda que tenías con Miguel —le
justificó Cristina, que había tenido oportunidad de escuchar la otra versión
por voz de Mario.
—Y ahora, ¿en qué fase estáis? —Quiso saber Yolanda.
—Hemos acordado disfrutar de estos días sin preocupaciones,
pero él ya ha hecho planes para ir a comer a casa de mis padres cuando
regresemos a la ciudad. Me ha prometido que no me dejará escapar por tercera
vez, pero quizás cambie de opinión cuando regresemos a la rutina.
—Jon está enamorado de ti, siempre lo ha estado —opinó
Lidia—. La única razón por la que no intentó volver contigo fue porque tú
estabas con Miguel. Imagino que, al enterarse de que te habías prometido,
decidió jugar su última carta para intentar recuperarte y, cuando te fuiste sin
decir nada a la mañana siguiente, él pensó que ya no tenía nada que hacer y por
eso se fue.
—No se volverá a ir siempre que le des un motivo para
quedarse —opinó su mejor amiga Cristina y añadió—: Conociéndote, estoy segura
de que ni siquiera le has confesado que tú también estás enamorada de él.
—Necesito tomarme mi tiempo, quiero ir despacio para no
fastidiarla otra vez —alegó Amaia.
Las chicas continuaron charlando, se dieron un chapuzón en
la playa, prepararon la comida y también unos mojitos que se alargaron hasta última
hora de la tarde. Los chicos llegaron sonrientes de su día de pesca y se
encontraron a las chicas acomodadas sobre sus toallas en la playa, riendo
divertidas y bebiendo mojitos.
— ¿Habéis pescado mucho? —Les preguntó Cristina con tono
burlón.
—No hemos pescado nada, pero os prometido que cenaríamos
pescado y lo hemos traído —le respondió Mario con una sonrisa maliciosa en los
labios.
—Hemos pasado por el pueblo a comprar algunas cosas —anunció
Luís.
— ¿Tarta de chocolate? —Quiso saber Yolanda.
—Por supuesto, no iba a dejar a mi chica sin chocolate —le
aseguró él, besando a su esposa con ternura.
Jon se acercó a Amaia y le dio un leve beso en los labios,
pero ella se abrazó a él con fuerza y le dio un apasionado beso que provocó los
aplausos de sus amigos.
—Caprichosa, ¿cuántos mojitos te has bebido? —Le susurró Jon
al oído. Amaia se encogió de hombros dedicándole una sonrisa de lo más adorable
y Jon añadió—: Voy a darme una ducha rápida, en seguida regreso.
— ¿Necesitas ayuda? —Se ofreció Amaia con descaro,
desinhibida a causa de los mojitos que se había bebido.
—Será mejor que me esperes aquí, si vienes conmigo a la
cabaña no te dejaré salir hasta mañana por la mañana —le advirtió Jon con la
mirada cargada de lujuria.
—Mm… Suena tentador —continuó provocándolo Amaia.
—No tardaré más de diez minutos, caprichosa —le aseguró Jon
divertido, besándola levemente en los labios antes de dirigirse a la cabaña.
El resto de los chicos también se fue a duchar y las chicas
se encargaron de encender la hoguera. Un rato más tarde, la pandilla preparaba
el pescado que los chicos habían traído, cenaron entre bromas y risas y después
se acomodaron alrededor de la hoguera para seguir charlando y divirtiéndose.
—No quiero que estas vacaciones se terminen —le confesó
Amaia a Jon en un susurro para que solo él la escuchara.
—Reconócelo, caprichosa —la animó Jon, que deseaba escuchar
aquellas dos palabras de sus labios.
—Mañana es el último día que pasaremos aquí —suspiró Amaia.
—Tengo una sorpresa preparada para mañana, pasaremos el día
juntos, solo tú y yo —la informó Jon, estrechándola entre sus brazos—. ¿Te
apetece, caprichosa?
—Sabes que sí —ronroneó Amaia—. ¿Qué tienes planeado?
—Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa.
Esa noche, después de hacer el amor en la cabaña, Amaia
insistió en preguntar cuál era la sorpresa que Jon había planeado, pero él se
mantuvo firme en su decisión de que siguiera siendo una sorpresa.
Amaia tan solo tuvo que esperar unas horas que se le pasaron
volando entre los brazos de Jon, que se dedicaba a adorarla como a una diosa
cada noche.
—Buenos días, dormilona —la saludó Jon cuando Amaia abrió
los ojos.
—Mm… —ronroneó Amaia, acurrucándose en el pecho de Jon—.
¿Vas a decirme ya cuál es la sorpresa?
—Caprichosa e impaciente, y aun así me sigues volviendo loco
—le susurró Jon con la voz ronca.
—Mm… ¿Tenemos tiempo para jugar?
—Siempre tendré tiempo para jugar contigo, caprichosa.
Después de hacer el amor y desayunar, ambos se subieron a la
pequeña barca y navegaron hasta llegar a una de las pequeñas islas no habitadas
de la zona. La tarde anterior, mientras compraban el pescado en el supermercado
del pueblo, uno de los dependientes le habló de unas hermosas pozas de agua
caliente en una de las islas y Jon se informó bien para llevar allí a Amaia.
— ¿Dónde estamos?
—En una de las islas pequeñas del sur —le respondió Jon
amarrando la barca al muelle—. No te preocupes, no estamos lejos de la costa.
Amaia se sentía segura con Jon, sabía que él jamás la
pondría ante el más mínimo peligro y le siguió hacia el corazón de la isla.
— ¿A dónde vamos?
—Además de caprichosa, eres muy impaciente.
—Lo sé, ya me lo has mencionado en alguna ocasión —le dijo
Amaia sacándole la lengua, sin poder ocultar su buen humor.
—Ya hemos llegado —anunció Jon.
Amaia echó un vistazo a su alrededor, vio las pozas casi
ocultas entre la frondosidad del bosque y sonrió adivinando cuál era el plan de
Jon.
— ¿Qué te parece? ¿Te gusta el paisaje, caprichosa?
—Me encanta, pero me gustará más cuando estemos desnudos en
una de esas pozas y te hundas dentro de mí —le susurró Amaia con la voz ronca,
excitada solo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir.
—No seas impaciente, tenemos todo el día por delante —le
dijo Jon sonriendo con picardía, excitándose al sentir la excitación de Amaia.
Amaia le puso ojitos, pero Jon no quería basar su relación
en el sexo, quería demostrarle que estaba enamorado de ella. Sin embargo, Amaia
no estaba dispuesta a aceptar un no por respuesta y comenzó a desnudarse
lentamente antes de meterse en la poza.
— ¿No vas a acompañarme? —Le invitó Amaia con tono seductor.
—Dame un minuto, caprichosa. He traído una botella de
champagne que quiero beberme contigo antes de que se caliente.
Jon cogió la botella, sirvió un par de copas de champagne y,
tras ofrecerle una copa a Amaia, se metió en la poza con ella.
—Mm… ¿No quieres jugar? —Ronroneó ella, restregando su
cuerpo contra el de él.
—Estoy aquí para complacerte en todos tus caprichos, ahora y
siempre.
— ¿Siempre?
—Siempre —le aseguró—. Tenemos una conversación pendiente,
Amaia. No quiero presionarte, pero no podemos alargar esa conversación mucho
más.
—Ahora no, por favor —le rogó Amaia—. Esta noche hablamos de
lo que quieras, ahora solo quiero concentrarme en una cosa.
Se colocó a horcajadas sobre él y le besó apasionadamente,
entregándose a Jon como jamás se había entregado a nadie. Se acariciaron, se
besaron, se tentaron y sucumbieron al más antiguo de los placeres.
—Oh, Jon… —Gimió Amaia al alcanzar el orgasmo.
—Me amas. Reconócelo, caprichosa —le susurró Jon
estrechándola entre sus brazos cuando su respiración se normalizó.
—Ha estado bien, pero necesitarás convencerme con algo más
que sexo.
—El día acaba de empezar, pero no olvides el esfuerzo que he
invertido en planear esta excursión, ni lo relajante que resulta hacer el amor
en una poza de agua caliente tras beber una copa de champagne.
—Lo tengo presente y voy sumando los puntos —bromeó Amaia
antes de besarle apasionadamente en los labios.
Pasaron el día en la pequeña isla, entre las pozas de agua
caliente y las tranquilas y vírgenes playas de agua cristalina. Jon había
preparado unos bocadillos y comieron bajo la sombra de los árboles, disfrutando
de la intimidad de estar a solas al aire libre.
Cuando anocheció, Jon se empeñó en regresar a la cabaña,
pero detuvo la barca a mitad de camino, sacó una botella de vino y un par de
copas de la cesta de picnic y, tras ofrecerle una de las copas, le dijo con
ternura:
—Estamos a punto de disfrutar de un espectáculo de fuegos
artificiales y estamos en el mejor sitio para verlos —la colocó entre sus
piernas y la abrazó desde la espalda antes de añadir con la voz ronca—: Te
quiero, caprichosa. Deja que te lo demuestre y no te arrepentirás.
—Te prometí que no huiría y aquí estoy, no pienso ir a
ninguna parte, Jon.
—Entonces, reconócelo, caprichosa.
—Te amo, Jon. Siempre te he amado y siempre te amaré
—reconoció por fin Amaia.
Hacía tanto tiempo que Jon deseaba escuchar esas palabras de
la boca de Amaia que le costó asimilar lo que acababa de oír.
—Amaia, no sabes cuánto deseaba escuchártelo decir —le
susurró Jon, abrazándola con fuerza y besándola con ternura. Sacó una pequeña
caja de terciopelo azul del interior de su bolsillo y, entregándosela a Amaia,
añadió—: Ayer te compré esto en el pueblo. Sé que puede parecer precipitado,
pero hace mucho tiempo que sé lo que quiero y, cómo te dije, no estoy dispuesto
a dejarte escapar una tercera vez.
—Jon, ¿qué es esto? —Preguntó Amaia sin poder ocultar el
pánico en su voz al abrir la caja y descubrir un precioso anillo de compromiso.
—Te amo, caprichosa. Si por mí fuera, me casaría ahora mismo
contigo, pero estoy dispuesto a esperar el tiempo que quieras. Sé que puede
parecer precipitado, pero nos queremos, nos conocemos desde que tenemos uso de
razón y quiero demostrarte que yo tampoco volveré a marcharme a ninguna parte.
No pienso separarme de ti, caprichosa.
—Entonces, si acepto el anillo, ¿no tendremos que casarnos
de inmediato?
—Nos casaremos cuando tú lo decidas, ya sea mañana o dentro
de diez años, solo quiero pasar el resto de mi vida contigo.
—Acepto, pero no hablaremos de fecha de boda hasta después
de navidad, si es que para entonces no te has arrepentido y has salido huyendo
del país —bromeó Amaia.
—No iré a ninguna parte sin ti, futura esposa caprichosa —le
aseguró Jon, colocando el anillo de compromiso en el dedo anular de Amaia.
Se fundieron en un apasionado beso y justo en ese momento
comenzó el espectáculo de fuegos artificiales.
—Nunca he hecho el amor en alta mar, bajo la luz de fuegos
artificiales —ronroneó Amaia, deshaciéndose del vestido que llevaba puesto y
desnudándose frente a la atenta mirada de Jon cargada de lujuria.
—Caprichosa, vivo para complacerte.
Sin hacerse de rogar, Jon le hizo el amor en la barca, en
alta mar y bajo la luz de los fuegos artificiales que teñía el cielo nocturno. Media
hora más tarde, desnudos y arropados con una pequeña manta, Amaia se acurrucó sobre
el pecho de Jon y le preguntó con un hilo de voz:
— ¿Qué pasará con nosotros a partir de ahora?
—Te amo, caprichosa. Me quedaré a tu lado para siempre.
— ¿Y qué pasa con tu trabajo?
—Me han ofrecido un puesto en la base militar de la ciudad,
no tendrá la misma emoción que infiltrarme en una misión encubierta, pero será
más seguro, tendré un horario normal y apenas tendré que viajar.
— ¿Quieres aceptarlo?
—Les he dicho que lo tengo que pensar, aunque la verdad es
que me gustaría aceptarlo, pero antes quería hablarlo contigo.
— ¿Conmigo?
—Si acepto el puesto, será para tener una vida contigo, para
formar juntos una familia —le confesó Jon—. Si tú no estás conmigo, mi vida en
la ciudad no tiene ningún sentido.
— ¿Estás dispuesto a dejar tu trabajo e instalarte en la
ciudad?
— ¿Bromeas? Es lo que más deseo, Amaia. Solo quiero una vida
a tu lado.
—Espero que no acabes arrepintiéndote y echándome a mí la
culpa por dejar tu trabajo.
—Es lo que deseo, caprichosa. Y formar una familia contigo,
que no se te olvide.
— ¿También quieres un bebé?
—Quiero muchos, una familia numerosa —sonrió Jon—. Quiero
ver a nuestros hijos jugar en el jardín mientras tú y yo nos acomodamos en un
sofá-balancín, abrazándonos mientras les vemos divertirse.
—Nunca habías mencionado que quisieras tener hijos.
—Quiero una pequeña Amaia, con tus ojos y tu sonrisa,
correteando por casa —le susurró Jon acariciando su vientre.
—Tendrás que esperar para eso y te recuerdo que quizás no
venga una pequeña Amaia, quizás venga un pequeño Jon, desafiante y mandón —bromeó.
Un rato más tarde, regresaron a la cabaña. Sus amigos ya
estaban durmiendo, a la mañana siguiente partían de regreso a la ciudad y les
esperaba un largo viaje. Con la seguridad de saber que Jon la amaba y estaba
dispuesto a todo por ella, Amaia se abrazó a él y durmió toda la noche de un
tirón, como hacía años que no dormía.
***
Tres días más tarde…
Charo, la madre de Amaia, se había empeñado en que su hija y
Jon fueran a comer a casa, tenía muchas ganas de verles juntos y no pensaba
desaprovechar aquella oportunidad para dejarles claro que contaban con su
aprobación.
—Todavía no entiendo a qué viene tanta insistencia en querer
venir a comer a casa de mis padres, creía que a nadie le gustaba ir a casa de
los suegros —se mofó Amaia.
—No todo el mundo puede decir que tiene a sus suegros como
aliados —le siguió la broma Jon y añadió—: Además, imagino que querrás que esté
contigo cuando les digas que estamos prometidos y que ahora vives conmigo.
Cuando regresaron de las vacaciones en la cabaña, Jon se
negó a separarse de Amaia y, tras una intensa conversación en la que ninguno de
los dos jugó limpio, Jon se salió con la suya y la convenció para que se mudara
a su casa, mucho más amplia que el apartamento de Amaia y con jardín.
—Haces conmigo lo que quieres —protestó Amaia.
—Me amas. Reconócelo, caprichosa.
—Pues sí, te amo. Y, si cuando salgamos de aquí tú también
sigues amándome, no me cansaré de repetírtelo —le aseguró Amaia antes de
besarle y llamar al timbre de casa de sus padres.
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