Nada más regresar a la cueva, Oliver cogió la pomada
antinflamatoria y le hizo un gesto a Scarlett para que se tumbara y ella no
esperó a que se lo repitiera dos veces. Le gustaba sentir las manos calientes
de Oliver sobre sus costillas, cuidando de ella con delicadeza y ternura.
Cuando terminó, le ordenó que guardara reposo mientras él se encargaba de
avivar el fuego de la hoguera y cocinar el pescado para cenar.
En cuanto anocheció, la temperatura se desplomó. Hacía frío,
el viento azotaba con fuerza y llovía a cántaros, pero en la cueva estaban
resguardados de las inclemencias del tiempo, siempre que el fuego de la hoguera
se mantuviera encendido.
Cansada de permanecer tumbada, Scarlett se levantó a los
pocos minutos y se acercó a Oliver, que estaba asando los peces en la hoguera. Él
la miró con gesto serio y, con tono de advertencia, le dijo:
—Si no guardas reposo, la lesión se puede agravar.
—Si sigo tumbada, mi cuerpo se entumecerá.
—La cena ya casi está —anunció Oliver—. ¿Te apetece pescado?
—Preferiría un buen filete de carne pero, dadas las
circunstancias, cenar pescado me parece todo un manjar —bromeó Scarlett.
La lluvia y el viento azotaban con fuerza y, aunque no
penetrara en la cueva donde se refugiaban, ambos podían oírlo. Scarlett estaba tensa,
le daban miedo las tormentas y estar en una cueva en mitad de la selva no
mejoraba la situación. Oliver se percató del nerviosismo de ella y le preguntó:
— ¿Estás bien?
—Sí.
—Mientes.
—Estoy bien, es solo que no me gustan las tormentas.
— ¿Te dan miedo las tormentas? —Le preguntó Oliver sonriendo
divertido.
—Simplemente, no me gustan.
—Te prometí que no dejaría que te ocurriera nada y soy un
hombre de palabra.
Un rato más tarde, ambos cenaron y Oliver trató de
distraerla hablándole de su familia para que se olvidara de la tormenta. Le
habló de su feliz infancia en la granja, le contó divertidas anécdotas de sus
hermanos y lo mucho que le gustaba pasar el rato con sus sobrinos construyendo
cabañas en los árboles. Scarlett le escuchó con interés, Oliver era un hombre
divertido, inteligente y muy atractivo, pero se obligó a recordar que también
era el Capitán Parker y estaba allí con ella para llevar a cabo una misión.
Hacia la medianoche, Scarlett comenzó a bostezar y Oliver,
tras echar más leña a la hoguera para que el fuego se mantuviera encendido, le
susurró a Scarlett:
—Es hora de dormir, señorita Sanders.
Scarlett no protestó, estaba cansada y, aunque jamás lo
reconocería en voz alta, deseaba acurrucarse junto a Oliver.
La tormenta azotó con fuerza la isla durante los siguientes
tres días en los que Oliver y Scarlett permanecieron en la cueva, refugiándose
de la lluvia y del viento. Durante ese tiempo, se alimentaron de las frutas que
habían recolectado y de las dos latas de conservas que les quedaban. Además de
avivar el fuego de la hoguera, poco más podían hacer para entretenerse, así que
se limitaron a tumbarse sobre la esterilla para no gastar más energía de la que
ingerían y a charlar para distraerse.
Gracias a aquellas charlas, Scarlett averiguó muchas cosas
sobre Oliver que la fascinaron a la vez que sorprendieron. Le gustaba
escucharle hablar del futuro y que incluyera a su familia en él, pero se
inquietó cuando le escuchó decir que le gustaría ser padre. Scarlett sabía que
Oliver sentía la misma atracción que ella, pero también era consciente de cómo
él guardaba las distancias y se separaba de ella cuando más cerca estaban el
uno del otro. Finalmente, Scarlett
aprovechó la ocasión para preguntarle lo que quería saber cuándo Oliver mencionó
el tema de ser padre:
— ¿Estás casado?
—No —le respondió Oliver, escrutándola con la mirada.
— ¿Tienes pareja?
—No —respondió de nuevo Oliver sin dejar de mirar a
Scarlett, tratando de adivinar a dónde quería ir a parar con aquellas
preguntas.
— ¿Cuánto hijos te gustaría tener?
—No lo sé, no es algo en lo que haya pensado —le confesó
Oliver y añadió encogiéndose de hombros—: Supongo que los que vengan,
bienvenidos serán.
— ¿Has pensado en cómo compaginarás tu trabajo con formar
una familia?
—Me gusta mi trabajo, pero en unos años ya no podré
dedicarme a ello como hasta ahora, probablemente me destinen como coordinador
de equipo desde la base —le explicó Oliver mientras echaba más leña a la
hoguera—. Seguiré teniendo unos horarios de trabajo complicados, pero ya no
pasaré semanas lejos de casa.
—Estarás más cerca, pero seguirás sin tener tiempo para
dedicarle a tu familia —comentó Scarlett con tristeza. Oliver frunció el ceño y
Scarlett se apresuró en aclararle—: No quiero decir que no quieras pasar tiempo
con tu familia, pero en un trabajo como el tuyo es complicado conciliar.
—Primero tengo que encontrar a una mujer que esté dispuesta
a formar una familia conmigo, después ya pensaré en cómo conciliar el trabajo
con la familia —bromeó Oliver, tumbándose de nuevo junto a Scarlett.
—Estoy segura de que no te faltan candidatas.
—Todavía no he encontrado a ninguna candidata que me
interese y, la que me interesa, no está disponible.
—Mm… El Capitán Parker tiene un secreto oscuro —bromeó
Scarlett—. ¿Tienes una aventura con una mujer casada?
— ¡No! —Le respondió Oliver ofendido—. ¿Por quién me has
tomado?
—Oye, has sido tú quién ha dicho que la mujer que te
interesa no está disponible —se justificó Scarlett sin poder ocultar la risa.
—Háblame de ti —le pidió Oliver, abrazándola y estrechándola
contra su cuerpo para combatir el frío.
— ¿Qué quieres saber? —Le dijo ella mientras jugueteaba con
sus dedos sobre el pecho de él.
—Mm… No deberías provocarme, no soy de piedra —le advirtió
con la voz ronca.
—Yo tampoco —le contestó Scarlett, acariciándole con
sensualidad.
Oliver recorrió la pequeña distancia que le separaba de los
labios de Scarlett y, tras mirarla a los ojos para pedirle permiso, la besó.
Fue un beso cauto, un leve roce de labios para tantearla y, al ver que ella no
se apartaba, intensificó el beso. Scarlett le correspondió y rápidamente se
convirtieron en una maraña de besos y caricias que Oliver se vio obligado a
detener muy a su pesar:
—Espera, no podemos seguir con esto.
— ¿Por qué no? —Protestó Scarlett.
—Aunque sea una misión extra oficial, estoy de servicio
—argumentó Oliver, callándose lo que realmente pensaba.
—Olvídate del Capitán Parker por una noche —casi le rogó
Scarlett—. Esta noche solo estamos tú y yo, en mitad de la selva, refugiados de
la tormenta en una cueva.
Scarlett ya no se sentía con fuerzas para seguir conteniendo
el deseo que sentía de fundir su cuerpo con el de Oliver y estaba dispuesta a
terminar lo que habían empezado. Mirando a Oliver a los ojos, le dijo:
—Dime que no lo deseas y no insistiré, pero sé sincero
contigo mismo.
—Lo deseo —le confesó Oliver con la voz ronca y, cambiando
la postura con Scarlett para que no se hiciera daño, añadió—: Deseo desnudarte
lentamente, besar y acariciar cada recoveco de tu piel, hundirme en ti y
colmarte de placer hasta que grites mi nombre mientras te corres entre mis
brazos.
Y Oliver, que era un hombre de palabra, cumplió con todo lo
que le había dicho. Ambos se entregaron al placer de fundirse el uno con el
otro sin pensar en nada más que en resolver aquella tensión sexual que habían
mantenido durante cinco días con sus cinco noches.
A la mañana siguiente, Scarlett se despertó entre los brazos
de Oliver. Ambos estaban desnudos bajo la manta térmica, pero ninguno de los
dos se sintió incómodo por ello. Sin embargo, Oliver sí estaba un poco tenso.
No podía dejar de pensar en la mujer que descansaba entre sus brazos, la misma
mujer de la que sospechaba que mantenía una relación con el General. Había
cometido la mayor insensatez de su vida, pero sin ninguna duda Oliver volvería
a repetirlo aunque naciera cien veces.
—Buenos días, dormilona —le susurró al oído cuando ella
abrió los ojos—. ¿Estás bien?
—Ajá —le respondió ella medio dormida, rozando con su pierna
la erección de Oliver.
—No me tientes…
—Mm… —Gimió Scarlett, rozándose de nuevo contra él solo para
provocarlo.
Y funcionó. Una milésima de segundo después, Oliver se
abalanzaba sobre Scarlett y la besaba con verdadera necesidad hasta que, una
vez más, sonó el teléfono móvil de Oliver.
— ¡Maldito teléfono! —Gruñó Oliver con exasperación antes de
responder la llamada de mal humor—: ¿Sí?
— ¿Problemas en el paraíso? —Se mofó Dexter desde el otro
lado del teléfono.
— ¿Hay novedades? —Preguntó Oliver ignorando el comentario
de su amigo.
—La tormenta desaparecerá a última hora de la tarde —anunció
Dexter—. Creemos que Damian y sus hombres se marcharán de la isla mañana a
primera hora.
—Estaremos listos para salir de aquí, llámame mañana por la
mañana e infórmame de las novedades.
— ¿Va todo bien? —Le preguntó Dexter, preocupado por el
extraño tono de voz de su amigo.
—Sí, hablamos mañana —le respondió antes de colgar. Se
volvió hacia a Scarlett y, con su tono de voz más seductor, le susurró antes de
besarla—: Creo que lo habíamos dejado por aquí…
Pasaron el resto del día dejándose llevar por el deseo y la
pasión. Cada mirada, cada roce, encendían una chispa que provocaba un incendio
entre ellos y ninguno de los dos quiso hacer nada para apagarlo.
A primera hora de la mañana, Dexter llamó de nuevo y anunció
que Damian y sus hombres estaban abandonando la isla. Cuando colgó, Oliver puso
a Scarlett al corriente de la situación y no pudo evitar sentirse dolido al
comprobar la felicidad que ella mostraba al enterarse de que regresaban a la ciudad.
Necesitaba descubrir cuál era la relación que Scarlett mantenía con el General
pero no se atrevía a preguntárselo directamente porque temía que se tomara la
pregunta cómo una acusación.
Oliver y Scarlett se pusieron en camino para salir de la
selva y llegar al pequeño puerto del norte, donde un barco del ejército les
estaba esperando para llevarles de regreso a la base. Ambos mantuvieron las
distancias durante todo el trayecto en barco, ya que estaban rodeados de
personal del ejército, pero Oliver se impacientaba cada vez más al ver que
estaban a punto de atracar en el puerto de la base y Scarlett no abría la boca.
Desembarcaron a última hora de la tarde, el General Turner y
el Coronel Wilmore esperando en el puerto y Oliver palideció cuando el General
recibió a Scarlett con un afectuoso abrazo al mismo tiempo que le preguntaba
con dulzura:
—Cariño, ¿estás bien? Si te llega a pasar algo yo…
—Estoy bien, aunque necesito una ducha urgente —bromeó
Scarlett.
—En seguida te llevo a casa —le aseguró el General a su hija
tras darle un tierno beso en la sien. Se volvió hacia Oliver y, estrechándole
la mano, le dijo—: Capitán Parker, gracias por traerla de vuelta sana y salva.
—No hay de qué, solo cumplía con mi trabajo, Señor.
—El doctor os está esperando, os hará una revisión para
comprobar que estáis bien —les dijo el Coronel y ordenó a Oliver—: Capitán
Parker, acompaña a la señorita Sanders, en unos minutos os alcanzamos.
Oliver asintió, tratando de asimilar lo que acababa de ver.
Sus sospechas se confirmaban, no le costó adivinar que el General Turner y
Scarlett eran amantes después de ver el recibimiento que el General le había
dado a Scarlett. Oliver se odiaba por haberse dejado engañar por aquella chica
y poner en riesgo su carrera profesional en el ejército al intimar con la
amante del General. Estaba furioso, estalló contra Scarlett en cuanto se
quedaron a solas en la sala de espera del doctor de la base:
— ¿Es que piensas quedarte en casa del General?
—Sí —le respondió Scarlett sin entender a qué venía ese
tono.
—Claro, la aventura de la isla ya ha terminado y ahora tienes
que seducir al General, ¿no?
— ¿Qué estás…?
— ¡Sabes muy bien lo que digo! Ayer estabas entre mis brazos
y esta noche estarás entre los brazos del General, eres…
— ¿Capitán Parker, señorita Sanders? —Les interrumpió el
doctor para llamar la atención de ambos—. Pasen a la consulta, por favor.
—La señorita Sanders pasará primero, tiene un fuerte golpe
en las costillas que debe examinar, es posible que haya alguna pequeña lesión.
—Usted también debe hacerse la revisión, Capitán Parker —le
advirtió el doctor.
—Lo sé, regresaré más tarde —le aseguró antes de marcharse.
Scarlett se quedó bloqueada, no entendía lo que acaba de
pasar, no llegaba a comprender cómo era posible que Oliver pensara que era la
amante del General después de haberse entregado a él en la cueva. El doctor la
examinó y, tras comprobar que tenía una fisura en una costilla, le ordenó
guardar reposo durante unos días.
Scarlett se refugió en casa del General, una casa que hacía años que no visitaba ya que no pisaba la base desde que Damian Wilson descubrió que era la hija del General. Permaneció allí tres días y esperó a que Oliver la visitara, pero no fue así y ella tampoco hizo nada para hablar con él y aclarar la situación.
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