Amaia se apresuró en guardar el equipaje en el maletero de
su coche y se dirigió al apartamento de su mejor amiga Cristina, donde llegó
con veinte minutos de retraso. Tras recoger a Cristina y escuchar un sermón
sobre la puntualidad en forma de reprimenda, ambas se dirigieron al punto de
encuentro: un parque situado a las afueras de la ciudad donde se reunirían con
el resto de la pandilla antes de emprender sus vacaciones de verano.
Los ocho amigos se conocían desde que eran unos críos y,
cuando terminó el instituto, decidieron emprender un viaje a la costa, donde
disfrutaron de las playas vírgenes, de la naturaleza y de unos días de relax en
unas cabañas de madera. Desde entonces, habían planeado regresar todos juntos
al mismo lugar para pasar allí unas vacaciones idílicas, pero habían tenido que
pasar ocho años para que finalmente se pusieran todos de acuerdo y poder llevar
a cabo esas añoradas vacaciones.
Habían pasado muchas cosas desde la última vez que se
reunieron todos para la boda de Yolanda y Luís, que estaban a punto de cumplir
su primer aniversario de boda. Amaia tenía una sensación agridulce, por un
lado, ansiaba disfrutar de unos días de vacaciones con sus amigos de toda la
vida y, por el otro, también ansiaba reencontrarse con Jon, pero sabía que él
no iría.
— ¿Va todo bien? —Le preguntó Cristina mientras Amaia
conducía en silencio, sumida en sus propios pensamientos.
—Todo bien —mintió.
—Reconócelo, te mueres de ganas por ver a Jon —la instó su
amiga, que la conocía demasiado bien.
—Pues sí, y la verdad es que no entiendo la razón, debería
odiarle.
—Creo que ya es hora de que ambos afrontéis la situación, os
pasáis la vida echándoos de menos, pero ninguno de los dos se atreve a
reconocer que no podéis vivir el uno sin el otro. Vosotros mismos os sometéis a
una tortura innecesaria.
—Pasé la noche con él y al día siguiente se presentó
voluntario para una misión encubierta de la que aún no ha vuelto —le recordó
Amaia.
—Quizás fue porque esa noche tú te largaste sin decirle nada
mientras él dormía pensando que seguías a su lado —le reprochó Cristina.
Amaia no contestó, no tenía ganas de discutir con su amiga y
mucho menos a causa de Jon. Sabía que no había hecho las cosas bien y no
necesitaba que se lo recordaran, pero ella también tenía sus motivos para huir
de allí después de lo que ocurrió aquella noche. Amaia estaba prometida con
Miguel y, cuando se despertó al lado de Jon, supo que lo había hecho todo mal.
Se sintió fatal por traicionar a Miguel y lo primero que hizo fue confesarle su
infidelidad. Miguel se lo tomó mejor de lo que Amaia esperaba, pensó que la
dejaría en cuanto se lo dijera, pero en lugar de eso le dijo que estaba
dispuesto a esperar a que aclarara sus sentimientos. Pero Amaia tenía claros
sus sentimientos, sabía que siempre había estado enamorada de Jon y que siempre
lo estaría, así que rompió con Miguel definitivamente. Unos días más tarde,
trató de ponerse en contacto con Jon, pero no le localizó, fue entonces cuando
Mario, el mejor amigo de Jon y miembro de la pandilla, le dijo que se había
presentado voluntario para una misión encubierta.
Jon regresó de su misión encubierta el día anterior y fue a
visitar a su amigo Mario, quien le informó de la inminente escapada de
vacaciones de la pandilla y trató de convencerle para que se apuntara.
—Amaia también irá —le dijo Mario, metiendo el dedo en la
llaga.
— ¿Acompañada por su prometido? —Preguntó Jon con tono
amargo.
—Tendrás que venir para averiguarlo.
—No me toques los cojones, Mario —le advirtió Jon.
—Creía que el objetivo de presentarte voluntario a esa
misión era olvidar a Amaia, veo que se te ha dado muy bien —se mofó. Jon le
miró con cara de pocos amigos y Mario se apiadó de él—: Amaia rompió su
compromiso con Miguel el mismo día que salió corriendo de tu cama.
—No puede ser.
—Será mejor que prepares la maleta para unas vacaciones en
la costa, hemos quedado mañana a las ocho de la mañana.
Y Jon no tuvo ninguna duda, estaba dispuesto a ir a ese
viaje y reconquistar a Amaia, costara lo que le costara. A la mañana siguiente,
Jon se presentó en casa de Mario y ambos se dirigieron al punto de
encuentro.
Amaia y Cristina eran las últimas en llegar, algo a lo que
sus amigos ya estaban más que acostumbrados. Aparcó el coche junto al de Mario
y, tras localizar a la pandilla desayunando en la terraza del bar del parque,
caminaron hacia allí. Amaia ni siquiera se había percatado de la presencia de
Jon cuando su amiga le dijo:
—Parece que tus deseos se hacen realidad.
— ¿Qué…? —Entonces vio a Jon y entendió a qué se refería
su amiga—. ¿Qué está haciendo aquí?
—Ahora lo averiguaremos —le aseguró Cristina en un susurro
para después saludar a sus amigos, emocionada con aquellas vacaciones—: ¡Hola a
todos!
—Y aquí están Cristina y Amaia, las últimas para variar —se
mofó Óscar.
—Lo bueno se hace esperar —le respondió Cristina sacándole
la lengua divertida—. Me alegro de verte, Jon. ¿Ya has vuelto de salvar el
mundo?
— ¿Me habéis echado de menos? —Bromeó Jon clavando sus ojos
en Amaia.
— ¿Qué tal estás, Amaia? Hacía mucho tiempo que no se te
veía el pelo —la saludó Mario con una maliciosa sonrisa en los labios.
—He estado un poco liada últimamente —se excusó ella.
Jon no apartó sus ojos de Amaia y ella, consciente del
escrutinio al que la estaba sometiendo, le sostuvo la mirada durante varios
segundos, pero ninguno de los dos dijo nada para no acabar discutiendo.
—Será mejor que salgamos ya o llegaremos a la costa pasada
la medianoche —argumentó Mario y, acto seguido, se volvió hacia Cristina y le
preguntó—: ¿Quieres ser mi copiloto?
—Por supuesto.
— ¡Eh! ¿Y qué pasa conmigo? —Protestó Amaia.
—Estoy seguro de que a Jon no le importará acompañarte —se
mofó Cristina. Y, en tono más bajo para que solo ellos la escucharan, añadió—:
Además, creo que debéis resolver un par de asuntos para rebajar la tensión.
Jon sonrió satisfecho y Amaia resopló con resignación.
Tenían por delante un largo viaje por carretera de más de seis horas,
demasiadas horas para estar encerrados en un coche.
Tratando de suavizar la situación, Jon optó por el silencio,
pero no dejaba de mirar a Amaia, que cada vez se ponía más nerviosa.
— ¿Quieres dejar de mirarme? —Le espetó.
— ¿Te molesta?
—Me pone nerviosa.
— ¿Prefieres que hablemos?
— ¿Tienes algo que decir? —Le tanteó Amaia.
—Hace casi un año que saliste huyendo de mi cama y no nos
hemos visto desde entonces, creo que deberíamos ponernos al día sobre nuestras
vidas.
—Nos hubiéramos visto antes si no te hubieras ido a salvar
el mundo —le reprochó.
Jon no contestó, se mordió la lengua para no decirle que no
se hubiera ido a ninguna parte si ella se hubiera quedado con él en la cama. En
lugar de eso, Jon suspiró miró por la ventanilla, tratando de serenarse
mientras se distraía contemplando el paisaje por el que cruzaba la carretera.
Frustrada, Amaia se concentró en la carretera y decidió ignorar las pullas de
Jon.
Un par de horas después de iniciar el trayecto, los ocho
amigos, repartidos en tres coches, pararon en un área de servicio para tomar
algo y estirar un poco las piernas.
—Caprichosa, ¿te traigo algo de beber? —Le preguntó Jon a
Amaia en un susurro, acercándose tanto a ella que consiguió excitarla al sentir
su aliento en el cuello.
—Una botella de agua, por favor —consiguió decir Amaia
tratando de sonar lo más natural posible.
Tras un breve descanso, los ocho amigos emprendieron de
nuevo el viaje por carretera. Jon insistió en conducir y Amaia ocupó el asiento
del copiloto.
—Es un viaje largo, ¿quieres contarme qué has estado
haciendo este último año? —Le preguntó Jon tratando de mantener una sana y
amistosa conversación.
—Lo de siempre, trabajar y poco más.
—He oído que ya no estás con Miguel.
—Hace casi un año que no estoy con Miguel —matizó Amaia.
—Y, ¿ahora estás con alguien?
—No tengo una relación estable, si es eso lo que me estás
preguntando —le respondió empezando a impacientarse.
— ¿Te incomoda hablar conmigo del tema?
—Sí, no pienso contarte con quién me acuesto o me dejo de
acostar.
—Entonces, te acuestas con alguien —dedujo Jon.
—Y tú, ¿te acuestas con alguien? —Inquirió ella.
—He estado en una base militar, rodeado de hombres durante
casi un año, hace mucho tiempo que no me acuesto con una mujer, pero recuerdo
perfectamente quién fue la última.
— ¿Casi un año? ¿Y no te has muerto? —Se mofó Amaia.
—Será mejor que no me provoques, caprichosa.
La sonrisa maliciosa que Jon le dedicó consiguió derretirla
como solo él sabía hacerlo y Amaia no pudo más que sonreír como si todavía
fuera una adolescente.
Pararon un par de veces más hasta llegar a su destino: una
zona costera protegida, situada al sur del país, rodeada de naturaleza y sin
ninguna edificación, con la excepción de las cabañas de madera que el estado
alquilaba a turistas. Habían reservado cuatro cabañas y eran ocho, así que se
dividieron en parejas para ocuparlas. Yolanda y Luís ocuparon la primera; Óscar
y Lidia ocuparon la segunda; y, antes de que Amaia pudiera instalarse en la
tercera cabaña con su amiga Cristina, Mario decidió intervenir:
—Amaia, si no te importa, me gustaría compartir la cabaña
con Cristina.
Amaia miró a su amiga con cara de pocos amigos, sin poder
creerse la encerrona que le habían preparado aquellos dos para que ella tuviera
que compartir la cabaña con Jon. Cristina y Mario no eran una pareja formal ni
estable, pero se divertían juntos y sin ningún tipo de compromiso siempre que a
ambos les apetecía.
—Será como en los viejos tiempos, compartiremos cabaña —le
dijo Jon con una amplia sonrisa de oreja a oreja mientras cargaba con el
equipaje de ambos para llevarlo a la cuarta cabaña.
Amaia fulminó con la mirada a Cristina y Mario, pero a ellos
la situación les pareció de lo más divertida y se rieron en sus narices.
—Genial, empezamos bien —protestó Amaia con sarcasmo.
Amaia estaba preocupada y no era para menos. Las cabañas
estaban ideadas para cobijar a parejas y tan solo había una cama de matrimonio
que tendría que compartir con Jon. Si el viaje hasta llegar a la costa se le
había hecho eterno debido al esfuerzo por contener sus ganas de abalanzarse
sobre Jon y sucumbir a sus deseos, no quería ni imaginar lo que sería pasar
veinticuatro horas juntos, durante siete días, compartiendo cabaña, ducha y
cama con él.
— ¿Tan malo te resulta compartir la cabaña conmigo? —Le preguntó
Jon visiblemente dolido ante la reacción de ella.
—Se suponía que iban a ser unas vacaciones tranquilas y,
contigo al lado, serán unas vacaciones de todo menos tranquilas.
—Depende de lo que entiendas por tranquilidad —le respondió
Jon encogiéndose de hombros como si la cosa no fuera con él—. Voy a darme una
ducha, necesito refrescarme.
Sin decir nada más, Jon se encerró en el cuarto de baño y
Amaia aprovechó para deshacer la maleta y colocar la ropa en el armario. Veinte
minutos más tarde, Jon salía del baño desnudo de cintura para arriba y con tan
solo una pequeña toalla que le cubría de la cintura hasta las rodillas. Amaia
no pudo evitar mirarle con deseo, a pesar de los años que habían pasado,
todavía le deseaba igual o más que el primer día.
— ¿Te gustan las vistas? —Se mofó Jon, consciente de cómo le
miraba Amaia.
—Ten cuidado, yo también puedo jugar ese juego —le advirtió
Amaia.
—Entonces, solo es cuestión de ver quién aguanta más —la
retó con una sonrisa maliciosa en los labios.
—Te veo muy seguro, sobre todo teniendo en cuenta que, según
tú, llevas casi un año en sequía.
—Tú misma lo has dicho, caprichosa. Llevo casi un año en
sequía, no me pasará nada por esperar unos días más.
Amaia maldijo entre dientes, ella tampoco se había acostado
con nadie desde que estuvo con él, hacía ya casi un año, y no estaba segura de
poder resistir la tentación si dormía a su lado.
—De acuerdo, veamos quién termina suplicando a quién —aceptó
el reto Amaia tendiéndole la mano.
Jon le estrechó la mano para sellar el acuerdo y acto
seguido, con su sonrisa traviesa en los labios, le preguntó:
— ¿Qué lado de la cama prefieres?
—Me da igual —bufó Amaia—. Ya he colocado mis cosas en un
lado del armario, puedes colocar las tuyas en el otro lado. Voy a darme una ducha
rápida.
—Avísame si necesitas ayuda —se guaseó Jon mientras ella se
encerraba en el cuarto de baño dando un sonoro portazo.
Jon sonrió, satisfecho de estar allí con ella. Aunque
emprendió aquel viaje con bajas expectativas, lo cierto era que no habían
pasado ni doce horas y todo iba mejor de lo que había imaginado. Aquel juego
provocador entre ambos le confirmó que Amaia estaba dispuesta a dejarse llevar
y, esta vez, no pensaba permitir que huyera de su cama a hurtadillas.
Un par de horas más tarde, los ocho amigos se sentaban
alrededor de una hoguera mientras cenaban y brindaban por aquel reencuentro.
— ¿Desde cuándo no estábamos todos juntos? —Preguntó Lidia
mientras preparaba unos mojitos para todos.
—Desde la boda de mi hermana Yoli —respondió Óscar.
—Hará un año el mes que viene —apuntó Yolanda— y parece que
fue ayer.
—Han pasado muchas cosas este último año —intervino Luís.
—Os propongo un juego —les dijo Lidia animada—. ¿Os acordáis
de cuándo éramos unos críos y jugábamos a verdad o reto? —Todos asintieron y
Lidia añadió—: Pues creo que sería una bonita forma de conocernos mejor.
—Vale, pero lo hacemos por turnos que si no siempre hay
alguien que se libra —gruñó Óscar.
Entre bromas y risas, todos fueron respondiendo con la
verdad a las respuestas indiscretas que les iban haciendo sus amigos y el que
no respondía se la jugaba aceptando un reto igual de incómodo que la pregunta.
Hasta que el turno le llegó a Amaia y Jon se encargó de realizar la pregunta:
— ¿Por qué rompiste el compromiso con Miguel?
—Reto —respondió ella directamente.
— ¿Reto? Está bien, cómo quieras —le dijo Jon con una
sonrisa maliciosa—. Ven y dame un beso de esos de película.
— ¿Qué? ¡Eso no se puede hacer! —Protestó Amaia.
—Entonces, responde a la pregunta —le contestaron sus siete
amigos al unísono.
—Le puse los cuernos a Miguel —confesó Amaia.
— ¿Y cómo se enteró? —Quiso saber Yolanda.
—Se lo dije yo —respondió Amaia.
—Pobre, qué disgusto se debió llevar, se le veía tan
enamorado de ti —se lamentó Lidia.
—Y sigue estando enamorado, todavía intenta volver con Amaia
—comentó Cristina, ganándose una mirada de reproche de su amiga.
— ¿Podemos continuar ya con el siguiente? —Bufó Amaia.
Conscientes de que a Amaia no le hacía ninguna gracia hablar
del tema, continuaron jugando. Cuando el turno le llegó a Jon, Cristina fue la
encargada de realizar la pregunta:
— ¿Por qué te presentaste a esa misión encubierta de
repente?
—Porque una chica me rompió el corazón y, en aquel momento,
necesitaba poner tierra de por medio —respondió Jon sin andarse por las ramas,
clavando su mirada en Amaia.
Salvo Mario y Cristina, nadie sabía lo que ocurrió entre Amaia
y Jon la noche en la que se celebró la boda de Luís y Yolanda, por lo que las
palabras de Jon causaron un efecto mayor de lo que cabía esperar.
Tras tomar un último mojito, la pandilla se despidió para
retirarse a sus respectivas cabañas a descansar. Amaia y Jon entraron en su
cabaña y, tras intercambiar una mirada desafiante, Jon sonrió y comenzó a
desnudarse antes de meterse en la cama. Consciente de la intención de Jon de
excitarla, Amaia decidió jugar a su mismo juego y comenzó a desnudarse lentamente
hasta que se quedó en ropa interior, se colocó una vieja camiseta y se metió en
la cama junto a Jon.
—Bonito pijama —se mofó Jon.
—Procura quedarte en tu lado de la cama —masculló Amaia.
—Estaré aquí si me necesitas en mitad de la noche, caprichosa.
Amaia se giró y quedó tumbada de lado, dándole la espalda Jon. Pensó que le resultaría más fácil dormir si no lo veía, pero se equivocó. Jon tampoco pegó ojo en toda la noche, pendiente de la respiración de Amaia y observándola fingir que dormía.
Continúa la historia en la segunda parte: Reconócelo, caprichosa II.
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